Concurso Transnacional Antinarcotico por Internet "Maya". Videos, fotos, carteles, dibujos contra la narcomanía y el alcoholismo

Tuve un embaraza tardío. Ya habían 5 años que deje de soñar con un bebé y, supe que estaba encinta solo en el quinto mes. Sucede, que en las mujeres adictas la menstruación se inhibe no solo meses, sino a veces hasta años. Por eso no podía ni orientarme. Cierto que comencé a cobrar libras de peso, pero pensaba, que era por el mejor apatito que tenía, cosa que ocurría a menudo. En general, los narcomanos carecen de buen apetito, aunque tienden a comer dulces y frutas, pero el organismo exige alimentación y a veces comienzas a comer bastante.

Una amiga se dio cuenta de mi gordura anormal. Notó que yo aumentaba de peso de manera muy extraña, irregular – la cara adelgazaba, mientras las caderas y el vientre se ensanchaban. Ella fue quien dijo la primera, que yp podía estar embarazada. Para mí aquello fue como un trueno entre cielo despejado. Quedé perpleja. Casi hasta el último día no creía, que aquello fuera realidad...

Por supuesto que me sentía en el séptimo cielo de felicidad, pero no compartían mis emociones ni mis amigos ni mis familiares. Yo, drogadicta; mi marido, también drogadicto. ¿Quién puede así pensar en una descendencia normal? Nadie creía, que naciese un niño sano, solo yo estaba convencida que todo estaría muy bien, sin ninguna sombra de dudas.  Yo tenia fe en que por algo había tenido esa oportunidad tan tarde, que sería solo por algo mejor. Sabía que daría a luz un niño sano. Sí, un niño. Y hasta sabía ya como llamarle.

Mi fé en Dios apareció durante el parto. Los dolores desaparecían repentinamente. Tres veces en doce horas tuvieron que inyectarme estimulantes. Como resultado el cordón umbilical le rodeó el cuello y cuando al fin nació, no respiraba. Durante 15 minutos trataron de reanimarle. Corrían todos los médicos. Recuerdo, cuando tuve conciencia de lo que pasaba, traté de llegar hasta el bebé, pero ellos me sujetaban. Gritaba lo más que podía. Le pedía a Dios que me llevara a mí, que le diera la vida a mi hijo. A los 15 minutos comenzó a respirar.

Decían los médicos, que la ausencia de respiración por más de 7 minutos en el recién nacido hace imposible su reanimación. Ellos miraban nuestro caso como un milagro. ¿Y, qué se podía decir de mí?. En aquellos minutos juré, que nunca jamás robaría. Siempre cumplí con aquella promesa. Hasta hoy no entiendo por qué no juré entonces dejar la droga.…

MI fe en Dios vino de adentro, del mismo corazón. Desde su nacimiento y por tres años consecutivos no me alejé de él. Dejé de inyectarme y me dediqué solo a él. No dejaba a otros siquiera que le tocaran. Era lindo como un muñequito – blanquito y limpio, rebosante de salud. Lo bañaba en yerbas hervidas, le daba de beber infusiones de yerbas. No sabía de ninguna enfermedad. Decían que era hijo de príncipes. Esos fueron los tres años más felices que he vivido. ¡Y Gracias a Dios!